domingo, 29 de marzo de 2009

DESDE LA TRADICIÓN: PARADOJAS DE LAS VIAS DE LA TRANSFORMACIÓN ESPIRITUAL


Por José Rodríguez

Desde la conciencia social no es posible entrar ni comprender los aspectos paradójicos que se presentan cuando uno decide retornar al corazón, para iluminar el proceso de reconciliación con el ser. Es así como en la aritmética de nuestro funcionamiento cotidiano lo más (+) se obtiene mediante el acopio, en cambio, en el sendero de la transformación psicoespiritual obtener más (+) significa sustracción.

Esto requiere un proceso de desconstrucción: porque nuestra personalidad, con la que estamos apegados, surgida de una larga construcción social, nos hace creer que es nuestra verdadera identidad. La personalidad, como es guiada por el ego y alimentada por el cuerpo del deseo, rechaza cualquier paso hacia la auto-negación, renuncia y desapego.

El ser humano como tal, es esencialmente limitado y contingente, y no tiene en sí mismo su razón suficiente. En el ámbito de todas las tradiciones encontramos respuestas en esta perspectiva: “Quien quiera seguirme que se niegue a sí mismo…”, decía Cristo en el Evangelio según San Mateo. “Todo el que quiera ganar su vida la perderá; pero todo el que la pierda por mi causa, la encontrará”.


En el taoísmo se dice: “Si estás vacío, permanecerás lleno. Consúmete y serás renovado. Al que menos tenga, más se le dará. Al que más tenga, más le será quitado”. En el Zen dice: “Sólo si el cuenco permanece vacío puede ser llenado.”

De vuelta al presente, Paul Brunton nos señala: “El sentido del yo pertenece a la persona, al cuerpo y al cerebro. Cuando un hombre llega a conocer su verdadero sí mismo por primera vez, hay otra cosa que surge de las honduras de su ser y se apodera de él. Ese algo está tras la mente; es infinito, divino, eterno. Algunas personas lo llaman el Reino de los Cielos, otros lo llaman el Alma y otros el Nirvana, y los hindúes lo denominan Liberación. Cuando esto sucede, un hombre en realidad no se pierde a sí mismo; más bien se halla a sí mismo.” Porque “¿de qué sirve tener conocimientos sobre todas las cosas cuando no se conoce quien se es?” Lo cual, expresado de otra manera, es como decir también: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?” Y, sin embargo, sorprendentemente, para ganarla es preciso renunciar a ella, porque “quien ama su vida la pierde.” Como la semilla que sembramos, se descompone y luego se multiplica en muchas más semillas. En el apego algo deja de fluir y de renovarse en su existir.

La búsqueda espiritual es el viaje de regreso al centro. En el taoísmo, el ser humano ha de ocupar la posición del centro que es el mediador entre el cielo y la tierra y, del mantenimiento de su equilibrio entre el Yin y el Yang, depende no sólo su salud espiritual, mental y física, sino también la del mundo. Cuando oscila entre los dos polos se encuentra apartado del centro y, obviamente, cuanto más lejos está del centro, mayor es el desequilibrio. Del desequilibrio procede el fallo y, por tanto, el descontento y la desarmonía que produce la enfermedad.


La personalidad conformada no admite las vías que generan sentimientos, actitudes y comportamientos que apunten hacia la trascendencia de la autorreferencia. Pero, cuando morimos como ego, nos descubrimos como parte de algo más trascendente. Podemos atravesar la noche más oscura sin olvidar que existe el amanecer. ¡Ay… cuando nos abandonan las certezas…! Es esta incertidumbre la que da a luz la fe, la humildad y la fuerza interior, tan esenciales para acercarse al cambio fundamental.

Nada puede parar nuestro proceso de evolución. Aprender a depender más de lo que damos para no alimentar dependencia, y seguir dando lo que tenemos que dar. Aceptar lo que nos toca vivir. Frente a un desengaño, descubrir en ese dolor también el regalo de iluminar muchos rincones obscuros. Las paradojas se convierten en comprensibles verdades, la tensión de la dualidad desaparece, se unen sus extremos para formar un círculo perfecto.

El presente es para cultivar la esperanza como virtud. El temor apaga al corazón y sin amor no hay móvil para la valentía de vivir y existir completo. ¿Temor? Pero, ¿de qué? ¿Es que no queremos darnos cuenta de que nuestra vida pende siempre de un hilito, sí, un pequeño hilo que uno mismo no sostiene, que de uno mismo nunca depende?

¿No es sorprendente cuando nos llaman, que aquel amigo, de repente se murió, sin más razón, y no le sirvió de nada su poder, su seguridad o su condición?


En estos días de Semana Santa tenemos una oportunidad para desintoxicarnos, para sentirnos y escuchar esa parte de nosotros mismos que no está contaminada por la sociedad. Rescatar la devoción de vivir para disfrutar del gozo, de mirar los ojos del que tenemos al lado, que sonríe porque les damos amor.

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