jueves, 29 de enero de 2009

CULTURA Y ENFERMEDAD

Por José Luis Padilla Corral
Psiquiátra 
Coordinador de la Asociación Hispanoamericana de Acupuntura
Medicina Tradicional China No. 120
España


Cada día nos vemos sorprendidos, tanto en el hacer cotidiano de la clínica, como en las visiones estadísticas que muestran el sufrimiento de la población, por el hecho de que los países "culturizados", "civilizados", nos muestren un índice cada vez más creciente y pavoroso de "la enfermedad". Llámese esta bajo cualquier nombre y apellido. 

Las estadísticas con su frialdad nos hacen sentir escalofríos. Si cultura-civilización es sinónimo de enfermedad, ¿no sería urgente y necesario plantear el sistema cultural? Lo que es aún más escalofriante es el hecho de que cada vez estas estadísticas son asumidas con la más absoluta naturalidad y se nos presentan como la "normal evolución del hombre", sin ningún tipo de alusión, sin crear ningún tipo de preocupación, alarma o desasosiego. Todo termina "arreglándose", creando diferentes departamentos y unidades hospitalarias o extrahospitalarias a la creciente demanda de enfermedades de Alzheimer, esquizofrenia... enfermedades autoagresivas, accidentes de tráfico, enfermedades alérgicas... Todas ellas en permanente y constante auge. Esta respuesta nos da un índice claro de acomodación ante "el síntoma", que es la enfermedad y un claro "tratamiento" "sintomático" de esta enfermedad-síntoma. En ningún caso se plantea el trasfondo cultural-civilizado que hay detrás de toda la génesis de las sucesivas plagas al hombre como Humanidad. Sería poner en tela de juicio todo un sistema de pensamiento, producción, rentabilidad y poder... Y eso no interesa. Ante esta evolución, la enfermedad se convierte en una necesidad que genera puestos de trabajo, métodos de investigación, actitudes compasivas de falsas caritatividades, y en consecuencia todo un cortejo y complejo sistema de rentabilidad. La población mundial no solamente se hace anciana, sino que además se hace prontamente enferma. 

Los presupuestos generales a nivel económico que se gestan en torno a la enfermedad, son cada vez más insoportables por los propios estados modernos, pero a la vez, son motivo de aumentar aún más las situaciones presupuestarias y las imposiciones a nivel de impuestos, a nivel de leyes y a nivel de coacciones. Es evidente, que no hay una clara voluntad de poner fin a esta macabra sucesión de normalidades. El poder político, económico y social se erige como gestador de cultura, como manipulador de tradiciones y como inductor de toda una manera de ser y de pensar que llega hasta la desfachatez de plantear el mantenimiento del "estado de bienestar". 

¿A qué tipo de bienestar se refieren los políticos, cuando defienden con ahínco, los logros conseguidos a nivel de prestaciones sociales, o atenciones... con interminables listas de espera? ¿De qué bienestar hablan?

Detrás de dicho estado de bienestar hay un énfasis, tolerante y permitido para que la enfermedad tenga un cobijo adecuado y una rentabilidad espiritual de consuelo por parte de aquellos que aún permanecen "sanos". Todo este planteamiento podría parecer muy descabellado, e incluso alguien podría decir que es el precio de la democracia o el precio de la libertad.

Si éste es el precio, es mejor estar muerto. Si éste es el precio es mejor ser un esclavo, porque siempre hay una posibilidad de escapar. Si éste es el precio es mejor que vendan definitivamente a todos los ciudadanos a un mejor postor, que siempre hay alguien que sea un poco mejor que otro. 

Si éste es el precio, habrá que pensar que evidentemente, no sólo existe el eslogan de que todo tiene un precio, sino que habrá que pensar, que toda la humanidad entera tiene un precio, y éste ya ha sido puesto; y ésta ya ha sido comprada o ya se ha vendido. 

El aparato del Estado, -y nunca mejor dicha la palabra aparato-, nos recuerda diariamente cada vez que viajamos, que lo estamos haciendo a través de la "red de carreteras del estado"; esa entidad anónima, a la que al parecer todos pertenecemos pero nadie sabe que puesto ocupa. Al final se convierte en una "secta" que se encarga de airear y buscar a las sectas, con el fin, evidentemente, de ser el verdadero gestor sectario de cualquier corpúsculo, o comunidad, o comunión que piense, actúe y realice sus acciones de diferente forma a la establecida por la "Gran secta" en sus directrices. Todas las intrigas de los partidos políticos, el secreto dogmático del consejo de ministros, los sucesivos e interminables escándalos que parecen no tener fin, son las muestras corrompidas y evidentes de la gran secta de la normalidad, de la justicia y de la política de esta Humanidad. 

Ningún estado parece escaparse a esta dramática evolución. Y bajo la referencia del gran dictador (en esta ocasión histórica, los Estados Unidos de Norteamérica), todo transcurre democráticamente bajo el signo de generar una Humanidad enferma, indefensa, dependiente, inválida, tolerada y tolerante, que se queda sin recursos para poder elaborar niveles de respuesta, que tengan una viabilidad, una escucha, y no digamos ya, una posible alternativa en cuanto al cambio de todos los modos, formas y costumbres de este bienestar, que termina por ser el gran gestor, el gran organizador y el gran inductor de la enfermedad. 

Es posible que se piense que esta visión pueda ser catastrofista o dramática, pero antes de inclinarse a tan fácil conclusión, que el lector se pregunte por su inmediato entorno y vea, y cuente y haga la propia estadística y deduzca, si los encuentra, cuántos "sanos" hay a su alrededor. Probablemente sus números sean verdaderamente dramáticos, y mucho más grandes que los que publica el aparato propagandístico y manipulador, de la verdadera dimensión que tiene la cultura-civilización, con la enfermedad.


Obviamente, una posible respuesta a nivel de estado o gobierno es impensable, puesto que él mismo es quien gesta a través de las directrices culturales imperantes, en el "Imperio", la actualidad de esta evidente sociedad enferma. En consecuencia, sólo es posible el descubrimiento individual, el descubrimiento minigrupal de todo este acontecer y empezar a replantearse este "estado de bienestar", estos "logros sociales" y comenzar a cambiar en cada cotidiano hacer, bajo otras intenciones y sin entrar en competencia con el que manda, realizando toda una serie de acciones que permitan que el hombre recupere su verdadera naturaleza de salud, el cual es el diseño natural de su existencia y que, obviamente, tiene su basamento en el comportamiento animista (psíquico, si prefieren) de su estar en esta existencia. 

Se terminó el tiempo de las revoluciones, las cuales sólo consiguieron reafirmar más aún las dimensiones, las proporciones y las manipulaciones interminables del poder. Se acabaron las grandes demandas que luchaban por el simple sustento, y que hicieron también reforzar más aún, las dramáticas proporciones en las que los estados modernos inciden en el control de cada individuo. Ahora, la esclavitud es silenciosa, es sin grilletes y con computadoras. Ahora la esclavitud es con números, con estadísticas y con muestras de "la normal evolución de nuestra sociedad". Ahora, la esclavitud es consumir, consumir y consumir; placer, placer, placer; competitividad, competitividad, competitividad; ganar, ganar, ganar; perder, perder, perder...  

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