Nuestras creencias reflejan nuestra ignorancia.
El miedo nos hace instrumentos de la oscuridad.
El que cree no vivencia y el que vivencia sabe.
El lenguaje solo sirve para encubrir la ignorancia.
Los sabios no hablan.
Basta un instante de felicidad, para justificar la vida.
La curación te esclaviza, la sanación te libera.
El que piensa no vive y el que no vive no existe.
Las religiones esclavizan el espíritu, la meditación lo libera.
Las creencias son sagradas, ya que ellas te llevan a la revelación y la revelación a la liberación: de las creencias.
El ignorante construye su vida en función del dolor (miedo, sufrimiento), el sabio en función de la felicidad"
Chamán Cóndor Sagrado
(Un ignorante más)
Ante nuestra vista, se mueren nuestros ríos… y ¿Qué hacemos? ¿Es normal nuestra indiferencia y distancia de cosas que forman parte de nosotros, incluso de nuestra constitución bioquímica?
¿A dónde está la consciencia social que nos toca tener por ser seres de relaciones y con relaciones permanentes con todo lo vivo? ¿Cuál será nuestra herencia para las próximas generaciones?
Por lo menos, deberíamos cuestionarnos qué pasa con este desarrollo basado en el crecimiento. Parecemos no saber que en nuestro planeta los recursos son finitos. Ya es imposible seguir en la honda de crecimiento continuo, se están generando daños que pueden barrer con la vida de todos.
Necesitamos volver a las raíces de la existencia como lo hacían nuestros antepasados, quienes a base de simbiotizarse con todos los recursos naturales sostenedores de la gran cadena de la vida, no impedían ninguno de sus ciclos de generación y autorregulación.
A través de los saberes hegemónicos de la llamada modernidad, hemos tratado de separarnos de la tierra y controlarla.
Esto nos ha causado más sufrimiento y costosa destrucción. Necesitamos beber de nuestra propia herencia espiritual taína para poder encontrar nuestro lugar como auxiliares y creadores responsables de hábitos más saludables de co-existencia.
El desafío es caminar hacia una ciudadanía con alma que ceda un lugar a todas las criaturas para vivir, crecer y florecer en armonía con la naturaleza y el cosmos.
Un velo de olvido anestesia nuestra consciencia colectiva y nos impide darle continuidad a los saberes que, por tanto tiempo, nutrieron el ir y venir de nuestros antepasados. Como si la vida no generara su propio saber, hemos creído ser autosuficientes por la apuesta ciega y dogmática de una racionalidad mecanicista y lineal.
Así, se ha producido una ruptura con las cadenas que transmitían los saberes de las culturas aplastadas por la prepotencia de otra que se cree única, la occidental.
Hoy, sin embargo, estamos llamados a rescatar, por el “bien” de todos, una forma de ser y de estar en la Tierra como lo supieron hacer los aborígenes.
Cuando a los blancos se les ocurrió crear la ecología como ciencia para leer y comprender las leyes que rigen los procesos biológicos globales, ya eso estaba claro en los lejanos tiempos de otras culturas. Por ejemplo, los textos védicos, en el taoismo y en las culturas primigenias de nuestros pueblos americanos.
Las herencias colectivas de muchas tradiciones corren el peligro de perderse en aras de una uniformidad de conductas a la que nos hemos afiliado; robándonos el alma, nos divorcia de nuestro propio ser, haciendo que todo cuanto vivimos, sentimos, soñamos y deseamos gire alrededor de nuestra capacidad de compra y acopio.
Es decir, vivimos cosechando vacíos existenciales y pretendemos llenarlos con el consumo. Esto porque hoy nadie es lo que es por lo que verdaderamente es, sino por lo que aparenta ser, en base a las identidades que nos venden las marcas.
El reconocimiento de esta realidad implica potencialmente un proceso de auto-conocimiento, muy auspicioso para poder entrar en una modalidad de sensación, conocimiento y aprendizaje que puede revelarnos aspectos de nosotros mismos y del mundo fuera del mapa de nuestras intensiones y deseos.
En este tipo de proceso, son inevitables las catarsis con sus correspondientes desconstrucciones psicosociales, porque los dogmas y los prejuicios se ocultan en las percepciones que guían nuestras afirmaciones cotidianas.
El reto es sanarnos para no seguir siendo víctimas de la cultura de explotabilidad que se otorga el poder de disponer de todo y de todos porque a todo y a todos le pone precio.
En este sentido, aprendemos de los taínos, partiendo de la base de que todo está interconectado y que, por tanto, existen correspondencias, sincronías, entre todos los seres. Pues todos contenemos los mismos elementos: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno… por eso somos parte de la naturaleza.
Entonces, ¿Cómo podemos explotarla y controlarla? ¿A dónde está el ser humano hijo de esta gran civilización?
En 1854, el presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, envió una oferta al jefe de la tribu Suwamish para comprarle los territorios del noroeste (actualmente Washington). El texto siguiente es la carta de respuesta que mandó el jefe indio Seattle (Sioux). Hemos querido compartir estas palabras porque se mantienen actuales y encierran el sentimiento trascendente de amor a la vida, en todas sus expresiones.
Sobre la palabra del Gran Jefe Seathl, el Gran Jefe de Washington puede estar seguro, tanto como nuestros hermanos blancos pueden estar seguros del retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nunca se ocultan.
Cada pedazo de ésta tierra es sagrado para mi gente. Cada reluciente aguja de pino. Cada orilla arenosa. Cada niebla en los oscuros bosques. Cada claro y cada insecto que zumba es sagrado en el recuerdo y la experiencia de mi gente.Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser.Para él un fragmento de tierra es igual a cualquier otro, porque es un extraño que llega por la noche y coge de la tierra todo lo que necesita.La tierra no es su hermana sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, sigue adelante.
La visión de vuestras ciudades hace daño a los ojos del piel roja. Pero tal vez sea porque nosotros somos salvajes y no comprendemos. No hay un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco. No hay un lugar donde escuchar las hojas en primavera, o el susurro de las alas de los insectos. Pero tal vez porque soy un salvaje y no entiendo, el estruendo sólo parece insultar los oídos.¿Y qué queda en la vida, si un hombre no puede escuchar el hermoso grito del chotacabras o las discusiones de las ranas en la charca por la noche?El indio prefiere el suave sonido del viento surcando la faz del lago, y el olor del viento mismo, limpio tras una lluvia de mediodía. O perfumado por un pino piñonero.
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